Lo primordial es evitar generalizaciones. Valorar las cosas -la dieta en este caso- en su justa medida, que se diría popularmente, con el objetivo de no crear falsas esperanzas y perpetuar mitos que suelen llevar al equívoco. Esto es lo que ha dado en llamarse "efecto perverso" o, lo que es lo mismo, la tendencia a depositar una fe ciega en intervenciones de dudosa eficacia -la modificiación de los hábitos alimenticios, una vez más- en detrimento de formas de tratamiento con fundamento científico, como pueda ser el tradicional -o quizá ya no tanto dado el giro de 180 grados experimentado en las dos últimas décadas con la proliferación de terapias biológicas y el avance de la medicina personalizada- tratamiento farmacológico
"No existen alimentos que puedan catalogarse como buenos, por una parte, o malos, por otra", se apresuraba a dejar claro José María Álvaro-Gracia, especialista en Endocrinología del madrileño Hospital de La Princesa, en la primera de sus intervenciones en el debate sobre artritis reumatoide, que constituyó el segundo de los encuentros organizados por Diario Médico en colaboración con el Instituto Tomás Pascual dentro del ciclo sobre Enfermedades Inflamatorias y Nutrición. Y si la afirmación es tan categórica es porque "actualmente no existe una base científica sólida que sostenga la recomendación de determinadas pautas dietéticas más allá de las sugerencias englobadas dentro del genérico dieta mediterránea" (DM), aseguró José Luis Andreu, endocrinólogo del Hospital Puerta del Hierro, en la capital, dando casi por zanjada la cuestión antes de empezar.
No obstante, sí hay espacio para la controversia. La principal rendija por la que se cuela es internet, esa especie de ágora virtual donde convergen ingentes cantidades de información, a menudo de manera caótica. Ejemplo: el primer consejo que el ciberpaciente recibe al acudir a la Red en busca de soluciones a su alcance para enfrentarse a la enfermedad de Crohn es la de eliminar la leche de la compra. Ahora bien, "no es cierto que la intolerancia a la lactosa sea mayor entre los afectados por esta patología autoinmune que ataca al tracto digestivo", apuntó en su momento Virginia Robles, investigadora en formación del Valle de Hebrón, en Barcelona.
Consumo de lácteos
Al contrario de lo que se puede leer online no está en absoluto demostrada la relación entre el consumo de lácteos y la inflamación intestinal. La aceptación per se del descrédito del preciado líquido blanco, rico en vitamina D y calcio, conllevaría, además, el riesgo de desarrollar osteoporosis. "Lo que sí resulta obvio es que convendría limitar o incluso relegar al pasado -continúa Robles- el consumo de estos productos en caso de que se asociasen a un incremento de las deposiciones acuosas durante los brotes agudos de la enfermedad". Lo mismo pasa con la fibra
Al contrario de lo que se puede leer online no está en absoluto demostrada la relación entre el consumo de lácteos y la inflamación intestinal. La aceptación per se del descrédito del preciado líquido blanco, rico en vitamina D y calcio, conllevaría, además, el riesgo de desarrollar osteoporosis. "Lo que sí resulta obvio es que convendría limitar o incluso relegar al pasado -continúa Robles- el consumo de estos productos en caso de que se asociasen a un incremento de las deposiciones acuosas durante los brotes agudos de la enfermedad". Lo mismo pasa con la fibra
En este sentido, las restricciones no son a priori deseables, puesto que pueden redundar en estados de desnutrición ampliados. Siguiendo con el ejemplo del Crohn, las carencias nutricionales encierran cuatro supuestos: una mala absorción, un gasto energético aumentado, la pérdida de proteínas involuntaria -en forma de diarreas- y una posible disminución de la ingesta de alimentos, ya sea por inapetencia o por miedo a incurrir en un empeoramiento del estado de salud
La principal consecuencia de la conjugación de estos factores con la desinformación que acompaña la difusión de ciertos contenidos que circulan en red -o la propia lectura carente de juicio crítico- es la aparición de restricciones que toman cuerpo en lo que Ignacio Marín, adjunto de la Sección de Gastroenterología del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Gregorio Marañón, en Madrid, tilda de "dietas de exclusión mal planteadas". Su conclusión es lógica: "Comer bien es crucial, puesto que refuerza las defensas, favorece que la función intestinal se rehabilite y mejora la tolerancia a la medicación así como la cicatrización de úlceras".
Joaquín Hinojosa, jefe del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital de Manises, en Valencia, suscribió tal afirmación: "Lo ideal es un aporte calórico adecuado y esto se consigue con una dieta lo más variada posible y, siempre que las circunstancias no lo impidan, por vía oral".
Dieta dirigida
Estos apuntes iniciales no incitan precisamente al optimismo con respecto al papel que la dieta pueda jugar en el tratamiento de este tipo de trastornos. No obstante, quienes claman por reconocer el interés del control de la alimentación cuentan con una baza a su favor: la prevención de comorbilidades, fundamentalmente de tipo cardiovascular.
Estos apuntes iniciales no incitan precisamente al optimismo con respecto al papel que la dieta pueda jugar en el tratamiento de este tipo de trastornos. No obstante, quienes claman por reconocer el interés del control de la alimentación cuentan con una baza a su favor: la prevención de comorbilidades, fundamentalmente de tipo cardiovascular.
Genma Bonilla, del Servicio de Reumatología del Hospital La Paz, de Madrid, sostuvo que "anticiparse a la obesidad, la hipercolesterolemia y la hipertensión es, por supuesto, deseable y para ello nada mejor que optar por nuestra dieta más internacional", la atribuida al litoral mediterráneo, que en noviembre del presente año fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad a petición de España, Grecia, Italia y Marruecos.
El comité intergubernamental de la Unesco que aprobó la propuesta citó entonces como ingredientes básicos del citado patrón dietético "el aceite de oliva, los cereales, las frutas y verduras frescas o secas, una proporción moderada de carne, pescado y productos lácteos, y abundantes condimentos y especias, cuyo consumo en la mesa se acompaña de vino", paradigma este último de la paradoja francesa, según la cual su consumo -siempre en cantidades moderadas- atesora un efecto cardioprotector.
De acuerdo con un estudio firmado por el departamento de Medicina de la Universidad de Umea, en Suecia, "la Dieta Mediterránea reduce la actividad inflamatoria de la artritis reumatoide ayudando a los pacientes a incrementar su actividad física, así como a mejorar su vitalidad y su calidad de vida".
Las conclusiones derivan de la comparativa establecida entre dos grupos de pacientes, uno que siguió las pautas de alimentación ligadas al Mediterráneo y otro que hizo lo propio con el modelo occidental. Después de tres meses, el primer grupo manifestó menos dolor, perdió peso y vio disminuido su nivel de colesterol. Las claves estarían en los ácidos grasos del aceite de oliva, el pescado y la gran cantidad de vitaminas, minerales y fitoquímicos antioxidantes incorporados al organismo a través de las cinco raciones diarias de frutas y verduras en las que se empeña la infinitamente citada DM.
Almidón y omega-3
Pero, ¿qué hay de otros ensayos clínicos más específicos? Es el caso de la dieta libre de almidón que, según explicó Luis Linares, de la Unidad de Reumatología del Hospital Virgen de La Arrixaca, en Murcia, "parte de las teorías de Alan Ebringer en torno a la idea de que a menos Klebsiella pneumoniae -la bacteria identificada como causante de la espondilitis anquilosante- en el intestino, menos reacciones inmunitarias. La lógica es simple: ¿por qué restringir este polisacárido? Porque es el pasto de la Klebsiella. El problema, según Jordi Gratacós, del Servicio de Reumatología del Hospital Parc Taulí, de Sabadell, en Barcelona, es que "estas afirmaciones se basan en el método empírico y no en el científico".
Pero, ¿qué hay de otros ensayos clínicos más específicos? Es el caso de la dieta libre de almidón que, según explicó Luis Linares, de la Unidad de Reumatología del Hospital Virgen de La Arrixaca, en Murcia, "parte de las teorías de Alan Ebringer en torno a la idea de que a menos Klebsiella pneumoniae -la bacteria identificada como causante de la espondilitis anquilosante- en el intestino, menos reacciones inmunitarias. La lógica es simple: ¿por qué restringir este polisacárido? Porque es el pasto de la Klebsiella. El problema, según Jordi Gratacós, del Servicio de Reumatología del Hospital Parc Taulí, de Sabadell, en Barcelona, es que "estas afirmaciones se basan en el método empírico y no en el científico".
Una situación similar es la que se da con la exaltación de los beneficios de los omega 3, que se dicen provechosos merced a su capacidad para modificar la inflamación por ser precursores de prostaglandinas que actúan como mediadoras en dicho proceso. Estas sospechas no han sido, sin embargo, debidamente probadas, por lo que hay que tomarlas como prácticas experimentales", matizó Álvaro-Gracia. Y Gratacós apostilló: las dietas forman parte de "la medicina alternativa y complementaria, que propugna un margen de actuación frecuentemente infravalorado por nosotros, a pesar de ser un recurso bastante usado". Xavier Juanola, del Servicio de Reumatología de Bellvitge, también en la ciudad condal, coincidió: "La dieta debe mantenerse en un discreto segundo plano y permanecer así mientras no se hallen evidencias científicas que justifiquen su inclusión en el tratamiento integral de estas enfermedades". Las cartas están sobre la mesa. Sírvase uno mismo.
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